domingo, 20 de enero de 2013

Motes, apodos, alias…, y apellidos en Peñalsordo


Por Alejandro García Galán

   Hasta muy avanzado el siglo XIX y principios del XX, en Peñalsordo no se produce una mezcla de sangre entre los naturales del pueblo y gente venida de fuera; y esto sucede especialmente con los llamados artistas, que no eran si no los artesanos llegados con sus distintos oficios e ilusiones: herreros, carpinteros, barberos, guardas de monte, comerciantes de tejidos, hojalateros, mineros, algunos albañiles, taberneros y carniceros…, aparte de personas venidas con diferentes carreras. Éste será por tanto el momento en que las jóvenes peñalsordenses comenzarán a casarse con otros jóvenes de distintos puntos geográficos de España y así se mezclarán, además de la sangre, los apellidos. Con harta frecuencia a estos últimos, los de fuera, se les recordará posteriormente, aparte de su oficio, por sus propios apellidos, aún prevalecientes en el día de hoy: Egea, Águila, Llerena, Osorio, Fraga, López, Madrid, Bayón, Tapia y otros; mientras que los nacidos en el pueblo de ascendencia local de siglos y siglos, prevalecerá en ellos el mote, apodo o alias heredado de ellos mismos o de sus progenitores.

Y es que todo en la vida tiene una explicación. Los peñalsordenses, peñalsordeños o peñalsorderos -como ustedes gusten- de abolengo, desde la creación del pueblo allá por el siglo XIV hasta el XIX, estuvieron muy unidos entre sí por matrimonios endogámicos; por eso los apellidos eran muy repetitivos entre los naturales de la población, y por tanto, había necesidad de diferenciar a sus vecinos con un sobrenombre para poderse distinguir; de ahí los motes o apodos, abundantísimos, con los que se les conoce aún hoy día a nuestros paisanos. Estos sobrenombres, evidentemente, siempre tenían un origen y un motivo, a veces lógico; en ocasiones, un tanto curioso. Lo expuesto hasta aquí para Peñalsordo, evidentemente, se puede aplicar a los pueblos rurales de la España profunda por siglos y siglos; por tanto, no somos originales. Como igualmente no lo seríamos cuando llegó la gran revolución industrial y con ello el desarrollismo de nuestro país a partir de los años cincuenta del siglo XX y con ello la elevada emigración de nuestras gentes hacia los grandes polos de la economía española. Y ahora sí, nuestros jóvenes salen de sus casas para recalar en las grandes ciudades y así muchos matrimoniar con población de diferentes culturas y conocimientos, alcanzando la consiguiente mezcla de sangre y apellidos. Ahora, los motes o apodos de años o siglos se quedarán para el pueblo.

Tras esta breve introducción aclaratoria, quiero referirme en este artículo a un caso concreto y muy personal referido a mí mismo para no indagar en ningún otro ejemplo y así eliminar susceptibilidades. El mote o apodo que heredé desde mi más primigenia infancia, fue el que recibió mi abuelo paterno, Leandro García Sánchez-Mora, y que después, junto al apellido, muy común por cierto en el pueblo, España y América, heredamos toda la familia; por otro lado, una amplia familia suficientemente desperdigada con los años por los más variados rincones de España, y que en principio estuvo formada además de él mismo, por su mujer, Juana María García Torres y los 6 hijos de ambos: Vicente, Ángel -mi padre-, Francisca, Amalia, Antonio -muerto soltero en Ceuta tras la guerra civil del 36-39- y Jacinto. Hoy, descendientes directos del matrimonio García-García abarcan un número elevadísimo de miembros formado por hijos, nietos, biznietos y tataranietos. Pues bien, el mote aludido que recibió directamente mi abuelo, al que no conocí desgraciadamente -y bien que lo siento-, fue el de “Arrecío”. Y ¿por qué este apodo, se preguntarán algunos? Voy a ejercer una señalada, al menos para mí y mi familia, clara lección de historia familiar, porque historia es todo lo que ha sucedido en el pasado y no referido tan solo a lo que les sucedió a papas, duques, reyes y emperadores. Todos somos personas y todos tenemos nuestra particular historia que contar, no por ello menos importante para uno mismo. Animo, pues, a que otros paisanos hagan igualmente lo que yo estoy haciendo en este momento -aquél que lo sepa-, y lo publique aquí mismo, en LA VOZ DE PEÑALSORDO, para conocimiento de todos y una posible “Historia de los motes de Peñalsordo”, que más tarde se podría editar en papel, por ejemplo. Y entro ya en el desarrollo del  mote del abuelo que lo recibió a la vuelta como “soldado  ejemplar” -eso sí- de la guerra de Cuba, y de donde llegó hasta su pueblo con lo puesto y una enfermedad crónica a sus espaldas, la entonces temible malaria.

El abuelo Leandro o Aleandro -como se le conoció siempre-, García Sánchez-Mora  nació en Peñalsordo el 13 de marzo de 1871, por lo cual no pudo ser inscrito en el registro civil que, a pesar de ser creado por entonces a nivel nacional, en el pueblo el primer niño registrado en ese registro es del 6 de julio de 1873. Entonces, ¿de dónde sacamos su fecha de nacimiento? Pues de la partida de bautismo. También desaparecen  todas las partidas de bautismo y otras ceremonias eclesiásticas en la vida del pueblo en la nominada guerra civil del 36-39. Pero mira por dónde, se guarda una copia en el Archivo General Militar de Segovia, y de ahí la hemos tomado, junto a parte de su expediente militar.

Hagamos antes historia de una vida “normal”  pero con profundas carencias
El abuelo Leandro, como tantas criaturas por entonces, se quedó huérfano de padre y madre desde muy niño. Le acompañaban otros dos hermanos, José -casado ya mayor y que moriría sin descendencia- y Víctor, con familia en el pueblo y Madrid. A los tres los crió, con hartas dificultades, una tía, hermana de su madre. Y también parece ser que tenían otra hermana del padre, Antonio García Nieto, de un matrimonio anterior; por tanto mayor que ellos y que anduvo viviendo siempre por Capilla, de donde debían proceder los antepasados del abuelo Aleandro. Lo cierto es que en aquellas penosas circunstancias, el abuelo, sin medios económicos y sin familia directa, de oficio jornalero, optó cuando alcanzó los 19 años por enrolarse en las filas del Ejército como soldado voluntario en el Arma de Artillería. Para ello marcha hasta Villanueva de la Serena, donde estaba la Caja, y de aquí pasará a Sevilla, Cádiz y finalmente La Habana. Pero vayamos por partes.

Cuando le hacen la primera filiación en Peñalsordo, encontramos algunos datos apuntados con anterioridad; también otros que me llamaron poderosamente la atención. Así, además de conocer que era un joven castaño de pelo y cejas del mismo color, ojos melados, nariz, boca y frente normales, de escasa barba y color claro, tenía un aire, “bueno”. Sabemos asimismo que era un real mozo para su época, ya que medía 1,71 m. a la salida del pueblo y después alcanzará los 1,75 ya incorporado en el Ejército y suponemos que por el abundante ejercicio físico, y como nota característica, se escribe que tenía “una raya azul en la oreja izquierda”. Debería tratarse de una vena bastante pronunciada en esa oreja, que como bien se sabe son azules aunque la sangre sea roja. Fue filiado como “quinto por el cupo de Peñalsordo con el número 604”. Llama la atención sin duda un número tan elevado para un pueblo de escasa población; creemos que podría tratarse de todos los afiliados de la villa desde años o tal vez siglos atrás. Ah, y sabe leer y escribir, en una época de tantos analfabetos. (Somos conscientes de que el abuelo estaba en posesión de una muy hermosa caligrafía como se desprende del reverso de una fotografía tirada más adelante en la ciudad de Santa Clara en la isla de Cuba, que conservo en mi casa con una dedicatoria: “a mi querido hermano Víctor”). Firma como soldado por cuatro años y lo hacen asimismo las autoridades locales del momento. El Secretario, Jerónimo Molina; el Síndico, Cayetano Milara; y el Alcalde, Indalecio Molina. Todo con un sello que dice Alcaldía Constitucional de Peñalsordo.

Embarque hacia Cuba y años de estancia en la isla
En la Caja de Villanueva permanecerá como mozo 2 meses y 23 días, como artillero 2º en Sevilla permanecerá 8 meses y 25 días, como soldado voluntario de Infantería estará 10 meses en Cádiz; mientras, ha superado todos los reconocimientos médicos, declarándosele útil para el Ejército. Durante un breve espacio de tiempo permanecerá en la isla de San Fernando o isla de León, haciendo prácticas militares propias del Cuerpo al que pertenece. Más tarde, el día 10 de diciembre de 1891 embarca en Cádiz rumbo a La Habana en el Vapor Correo Ciudad de Santander y llega a la isla de Cuba, al puerto de La Habana, el 24 del mismo mes. De inmediato recala en el Batallón Cazadores de Bailén, numero 23, de La Habana, Batallón que cambiará su nombre poco después en 1er. Batallón del Regimiento de Infantería Isabel la Católica, número 75, 1er Batallón, lª Compañía. En septiembre de 1892, el abuelo va a solicitar pasar del Cuerpo de Infantería, al de Artillería, en el que había servido por un breve tiempo en la Península, antes de su partida hacia América. El Capitán General de la Isla, dado el buen comportamiento del soldado, acepta tal petición y desde ese instante pasará a formar parte del Arma de Artillería; será en diciembre de 1892. Como es bien sabido, el último recrudecimiento bélico en Cuba estalla en 1895 y el desenlace final con la pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba, junto a Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam, en el Pacífico, se lleva a efecto con la firma del Tratado de París de 31 de diciembre de 1898. Los peninsulares comienzan el regreso y ahí viene Leandro García Sánchez-Mora, enfermo, pero con el deber cumplido de haber servido a su Patria, parece que con gran sentido de su responsabilidad, según podemos leer en su expediente militar de artillero.

Regreso a Peñalsordo y fallecimiento
Y regresa a su pueblo -el pueblo donde había nacido-, todavía joven, alrededor de 30 años. Los muertos peninsulares en aquella guerra fratricida en combate directo sólo fue del 5%, el resto, hasta el 95%, lo sería por enfermedades contraídas. Él fue uno de los que se salvó de la muerte, pero enfermo como hemos señalado. Incluso enfermo, en su pueblo va a conocer a una chica bastante más joven que él, Juana María, y se enamoran. Se casan y conciben, ya lo dijimos, 6 hijos –cuatro varones y dos hembras-, que harán su felicidad. El abuelo ahora se hará labrador, pero sigue enfermo con la malaria contraída en aquellos fangos cubanos, que se hace patente y crónica en un cuerpo delicado. El enfermo manifiesta con relativa frecuencia frío y tiritones, y en pleno verano se le verá arropado con una manta. La gente lo observa, se ríe y se burla de él, aun sin saber qué le pasa. Y entonces se le apoda con el mote que apuntamos más arriba, “Arrecío”, que toda la familia, hijos y nietos, heredó más tarde. Murió no mayor, el 22 de diciembre de 1933, dejándonos como herencia sus genes, su apellido y su apodo. El abuelo Aleandro al que nunca conocí, por motivos obvios, y al que me hubiese gustado hacerlo para haber podido conversar con él de modo largo y tendido; sin duda, me hubiese contado con pasión las cosas curiosas de Cuba y de su terrible guerra, como son todas las guerras civiles, pues los cubanos entonces también eran españoles. Poco sé de la isla por la tradición oral de mi familia y sí mucho por estudios. Tan sólo alguna mínima referencia que escuché a mi padre de niño y que él había oído al suyo: Que Cuba era una isla muy rica, y que los cerdos y gallinas andaban sueltos por las calles, Y que casi siempre hacía calor; poco más lamentablemente, escuché de los labios de mi progenitor que le hubiese contado el suyo. Qué se le va a hacer…

Mi primo Vicente García, general
El abuelo, primero artillero, después soldado de Infantería y más tarde otra vez de Artillería, como hemos apuntado, nunca pudo conocer que un nieto suyo llamado Vicente García (1940), del mismo nombre que su hijo mayor, también ha sido artillero; pero éste salido brillantemente de la Academia General Militar de Zaragoza y de la específica de Artillería de Segovia, y que más tarde llegaría a ser uno de los generales más jóvenes de España, y que con el tiempo, por los años 90, fue nombrado Director de la propia Academia Militar de Artillería segoviana. El abuelo, añadimos nosotros, no pudo jamás saberlo, pero se hubiese sentido orgulloso. Eran muchos ya los años transcurridos desde su fallecimiento en la villa que lo vio nacer, donde sus restos reposan en una ignota sepultura o quizás en el osario común del camposanto. Sirvan estas líneas de despedida para recordarte y homenajearte como te mereces, querido abuelo Aleandro. Donde estés, descansa en paz.