viernes, 25 de enero de 2008

Peñalsordo, en la frontera de La Mancha

Enviado por siberiablog.

Sinforiana deja sobre la mesa la olla con el cocido y anima a los comensales: «Sírvanse ustedes, que yo para lo fino es que no valgo». Los garbanzos de este cocido son gloria bendita y los han cultivado en la finca El Naranjo. Aquí mismo, en Peñalsordo… Curioso nombre el de este pueblo… El cocido de Sinforiana lleva también oreja de cerdo, hueso de jamón, morcilla de lustre, en fin, lo propio en Extremadura con un añadido peculiar de estas tierras, la tortilla: un preparado a base de jamón, perejil, huevo y miga de pan que lo mismo se le echa a las habichuelas que a las lentejas o a estos garbanzos de El Naranjo.

Estamos alejados de casi todo. En Extremadura, sí, pero a más de dos horas de Cáceres y Badajoz. La Mancha queda ahí al lado, a la vuelta del Peñón Pez, un montículo insolente y poderoso en cuya cima, dicen, hay un charco en forma de pez. Peñalsordo está donde La Serena quiere ser La Siberia. Se encuentra en tierra de pantanos, a un paso del agua inabarcable.

Según el censo de 2005, cuenta con 1.343 habitantes. Esta zona suroriental de Extremadura es la que más habitantes pierde en la región. Entre 2000 y 2005, Castilblanco vio cómo su población disminuía un 17′3%, en Puebla de Alcócer caía un 14%, un 10′5% descendía en Valdecaballeros y Peñalsordo se convertía en el tercer pueblo con más descenso porcentual de la provincia: un 11′2%.


La vida por aquí nunca ha sido fácil. Basta escuchar a Sinforiana narrar su vida: «Mi madre me parió en el campo, sin ayuda ninguna. Vivíamos en la finca La Yunta, en la Casita del Águila, por la carretera de Almadén, a la izquierda después de pasar Capilla. Mis abuelos y mis padres fueron pastores de ovejas y yo viví en un chozo hasta que me casé».

Sinforiana Jiménez tiene 71 años. Su marido, Faustino Aliseda, ha cumplido los 72. Esta mañana de invierno varean juntos la aceituna de su olivar en compañía de su hija Teresa y su yerno Cándido. Después, el cocido. «Coman, coman con nosotros, ahí tienen un plato y sírvanse ustedes, que yo para lo fino no valgo». La finca tiene una casita muy apañada con chimenea y habitaciones. En una repisa, un transistor Lavis: pieza de museo. En lo alto, 300 botes de conservas caseras hechas por Sinforiana: de tomate crudo para guisar y de peras en almíbar y en agua para el postre.

«El año pasado recogimos 5.400 kilos de aceitunas, el anterior, 8.400 y este, ya veremos», detalla Faustino. Después, se acuerda de su padre, que era conductor de coches en la fábrica de harina. «Se murió muy joven, a los 28 años, del ‘mal dulce’, la diabetes. Yo tenía tres añitos. Mi madre se casó por segunda vez y a los nueve años, mi padrastro me llevó con él a trabajar de albañil. Y así hasta que me jubilé».

Sinforiana y Faustino se conocieron con 13 años, ella, y con 14, él. Aunque no hablan de conocerse. Dicen: «Nos empezamos a mirar». «Viví siempre en el campo. Solo fui un mes a la escuela, aunque escribo y leo; mal, pero lo hago», explica Sinforiana su aprendizaje de las letras antes de relatar su aprendizaje del amor: «Yo estaba en la finca haciendo queso y él vino a hacer una obra. Los mayores nos decían que íbamos para novios. En vez de reñirnos, encendían el fuego, pero solo con la mirada. Y así hasta que nos casamos a los 23 años».

Después, los hijos: Teresa, que trabaja en el ayuntamiento de Peñalsordo o de cocinera o limpiando casas… Y Faustino, trabajador social en el ayuntamiento de Badajoz. Vareando aceituna y reparando fuerzas con el cocido también está Cándido, el yerno, que es agente forestal y recuerda contar a su padre que en la posguerra iba por las casas pidiendo algo de pringue para la comida.

Años durísimos en la Extremadura alejada y fronteriza, casi manchega. Sinforiana ayudaba a la economía familiar confeccionando cojines. «Un hombre traía las telas y 100 mujeres de Peñalsordo hacíamos la costura. También cosíamos vestidos de ‘mariquita’ para las niñas».
El camino del azogue Los hombres trabajaban de albañiles, en las huertas de la vega o en las minas de mercurio de Almadén. La mina ha marcado indirectamente la historia y la economía de Peñalsordo. Por el pueblo pasaba el camino del azogue por donde se llevaba este material y otros minerales desde Almadén hasta Córdoba y Sevilla. Siglos después, ya en el XX, el mercurio atrajo a peñalsordeños esforzados y resistentes como los Piqueras, Juan el Legionario o El Tremendo. Sus apodos lo dicen todo. Ganaban dinero porque entraban donde nadie entraba y barrenaban donde nadie barrenaba. «Eso se pagaba bien porque era arriesgado, pero no perdieron la salud aun con 80 años», se admira Cándido.


En la época del mercurio, las carreteras a Castuera, Don Benito o Badajoz eran infernales y el pueblo vivía más volcado hacia La Mancha. Los peñalsordeños iban a Almadén con la mejor fruta de sus huertas, que allí pagaban muy bien, sobre todo a primeros de mes. «En Almadén, los mineros tenían fama de gastar el diero como llegaba y aún siguen teniendo esa fama: a principios de mes, tienen mucho mercadillo, a finales, nada», ironiza Teresa.

Quien no iba a la mina ni tenía posibilidades en el pueblo, emigraba. Dicen que en Hospitalet hay más de Peñalsordo que en el propio pueblo. Hubo algo de emigración a Madrid, bastante a las ciudades extremeñas y poca o casi nada a las cercanas Córdoba y Ciudad Real. «Si es que aquí nunca nos hemos sentido andaluces ni manchegos, aunque estemos a un paso, siempre hemos sido muy extremeños», proclaman con orgullo los Aliseda.

Los vaivenes de la vida trajeron el pantano de La Serena a Peñalsordo y el fin de la abundancia a Almadén. Las minas de mercurio cerraron y las vegas feraces fueron inundadas por el pantano. Las expropiaciones se pagaron bien, pero el dinero se invirtió fuera del pueblo.

Hoy, en Peñalsordo se vive de la ganadería (muchas ovejas y algunas vacas) y de las pagas de jubilación. No hay cooperativa y la aceituna se vende en Cabeza del Buey, donde se encuentran también el centro de salud y el instituto. Las compras antes se hacían en Almadén, ahora se va más a Ciudad Real, «que ha crecido mucho», o a Don Benito, «que tardamos más o menos lo mismo».

Se quejan en Peñalsordo de que desde que han de acudir al hospital de Talarrubias, tienen problemas de combinación. «Hay que coger el coche o un taxi. Eso sí, te atienden muy bien. Pero no tenemos autobús. Sí salen a las 5′30 y a las 7′30 horas autocares a Don Benito y Badajoz y hay línea a Cáceres y Córdoba desde Cabeza del Buey, además de ferrocarril».

Peñalsordo, sin embargo, no parece estancado y, sobre todo, alberga una esperanza que puede suponer para el pueblo lo que ya supuso el camino del azogue. Se trata de la autovía de Levante, que, aseguran, pasará a un par de kilómetros del pueblo «y lo cambiará todo». Con la autovía llegará el turismo. Mientras tanto, se ha instalado un embarcadero en el pantano, pero con tan mala fortuna o visión que los pantalanes se han colocado en una zona de poco calado y las barcas encallan.

A la entrada de la localidad hay una fábrica de jamones y en el polígono industrial funcionan tres industrias o almacenes. Cuenta Peñalsordo con tres bancos y dicen que en el pueblo solo hay cuatro o cinco grandes capitales, aunque lo de Afinsa ha hecho mucho daño. «Ha enganchado a mucha gente», lamenta Faustino.

Opina Sinforiana que en el pueblo, antes, había más diferencias sociales. «Se notaba mucho quién era rico o pobre por el vestir. Además, en los bailes de La Paloma y ‘An C’a Villalón’ los medio ricos se apartaban de nosotros, de los medio pobres».

Hoy, los Aliseda no son ricos, pero sí se han convertido en un ejemplo de familia rural extremeña que progresa a base de esfuerzo. La abuela nació en un chozo y el abuelo era albañil a los nueve años, pero la vida de sus nietos es muy diferente. Faus, el varón, es técnico de sonido y trabaja en productoras de televisión, además de ser un reconocido Dj extremeño.

Su hermana Ana Isabel estudia Trabajo Social en Sevilla. María Teresa, la hija mayor de Teresa y Cándido es educadora social y Diana, la menor, sacó Matrícula de Honor en Bachillerato y hace Fisioterapia en Badajoz. Además, las dos han sido reinas de las fiestas de Peñalsordo. Sinforiana ofrece cocido y avisa humilde: «Sírvanse, que yo para lo fino es que no valgo». Pero en su mirada brilla un orgullo de familia.