viernes, 28 de septiembre de 2012

Leyenda del Cristo Negro o del Veneno



Por Alejandro García Galán



Es para nosotros los extremeños Iberoamérica una tierra muy próxima y querida, siendo tal vez  Perú y México los dos países más entrañables por cuanto dos paisanos, uno de Trujillo, Francisco Pizarro; el otro de Medellín, Hernán Cortés -aunque no sólo ellos- encabezaron e hicieron posible en el siglo XVI el comienzo de la conquista y posterior colonización para el mundo occidental de estos dos vastos territorios; todo, sin entrar a valorar ni positiva ni negativamente los resultados conseguidos. Por otro lado, muchos de nuestros antepasados sin tanto renombre (entre otros Antonio García Coello, de Peñalsordo, que se establece en Monterrey consiguiendo gran poder y fortuna en el siglo XVII), se asentaron en ambos territorios, conocidos durante siglos con los nombres de virreinato del Perú y virreinato de la Nueva España; sus descendientes forman hoy parte de la población de estos dos grandes estados. El Perú y México son una evidencia en la actualidad, y ambos son países hermanos que se encuentran, junto a otros estados del mismo continente, en la órbita del mundo hispano, al conservar muchos de sus ciudadanos lengua, religión y costumbres comunes a los habitantes de este lado del Atlántico. Recientemente hemos realizado un viaje cultural por tres de los 32 estados con los que se encuentra dividido en la actualidad el país de los antiguos mexicas: el Distrito Federal, Zacatecas y la Baja California Sur. No hay duda de que ha sido para mí un privilegio poder observar la pujante economía mexicana y sobre todo, su inmensa belleza artística, de modo muy particular la contemplación del barroco en su arquitectura. Pero centrémonos por un momento en la joya de la iglesia-catedral mexicana.

   Cuenta la Ciudad de México con una espléndida catedral metropolitana construida a partir del siglo XVI, junto a lo que fue hasta entonces el gran templo de los aztecas, destruido y enterrado, con diferentes estilos arquitectónicos peninsulares que se le fueron añadiendo a través de los tiempos, aportando a la vez destacados elementos indígenas. Su interior alberga varias capillas ornamentales con distintas advocaciones marianas y algunas dedicadas a imágenes de cristos crucificados. Entre estos últimos nos llamó la atención una magnífica talla de un Crucificado negro de notable y bella hechura, produciendo recato entre los visitantes por su gran anatomía. La primera vez que contemplé esta hermosa figura (1995) se encontraba ubicada en la capilla primera de la nave lateral derecha de la catedral primada. Hoy este Cristo del Veneno o Cristo Negro, como es conocido, ha sido ligeramente trasladado hacia la nave catedralicia central, no lejos de su anterior posición, donde sus muchos fieles devotos le adoran con el mismo fervor que la primera vez que presencié este acontecimiento. Pero no estuvo siempre la imagen en esta suntuosa catedral, donde se ubica desde 1944. Tiene su origen parece ser en el siglo XVII, en el templo de Porta Coeli de la ciudad de Salamanca, en el estado de Guanajuato. Allí sucedió el “milagro” según cuenta la tradición popular. Y como sucede frecuentemente en las relaciones de historias/leyendas, se enfrentan dos fuerzas entre sí: por un lado el bien; por otro, el mal.

  Según me contaron allá en 1995, y que ahora he recordado, escuché verdaderamente una hermosa leyenda o historia, y que cada cuál interprete según sus creencias, llena al menos de curiosidad y misterio que me contó allí mismo, en la catedral, un amigo mexicano. Parece ser que en tiempos del dominio español (siglo XVII) en lo que entonces se llamaba Nueva España, un rico hacendado, don Fermín de Andueza, sacerdote virtuoso y apreciado, visitaba diariamente la talla de un Cristo blanco en la iglesia de Porta Coeli para rezarle. Tras estos rezos, aquel potentado criollo se acercaba hasta la imagen del Crucificado para dar un par de besos en los pies al tiempo que depositaba unas monedas de oro. Acto seguido partía hacia sus posesiones. Otro personaje del lugar, don Ismael de Treviño, encarnación del mal, egoísta y envidioso, sentía por él grandes celos, considerándolo su enemigo. Todos los días observaba en Fermín de Andueza su comportamiento intachable de oraciones y donativos antes de depositar el beso en los pies de Cristo. Así, Treviño discurrió una trama diabólica para terminar con la vida de su “enemigo”. Este hombre envidioso astuto y egoísta se adelantaría a la llegada del criollo poderoso y pondría veneno en los pies del Crucificado. De este modo el hombre odiado cuando tocase el veneno con sus labios, éste le produciría la muerte casi instantánea. Pensado y llevado a la práctica. Cuando el rico hacendado se presentó en la capilla como de costumbre,  se arrodilló y rezó al Cristo venerado; después se levantó para ir a besar sus pies, tras depositar las consabidas monedas de oro.  Y añade la historia/leyenda que en aquel momento, cuando nuestro rico personaje fue a besar los pies del Señor, el Crucificado realizó un brusco movimiento con todo su cuerpo impidiendo de este modo el beso, hasta doblar las piernas, al tiempo que  todo Él se transformaba en un Cristo Negro por mor del veneno. Este acontecimiento considerado en adelante como milagro libró a Fermín de Andueza de una muerte segura, mientras que al Cristo que se le reza permanentemente con las piernas recogidas y con el color negro de su cuerpo, comenzándose a nominar desde entonces Cristo Negro o Cristo del Veneno. Y yo, haciendo honor a la veracidad, como me lo contaron lo cuento. El lector dilucidará.